jueves, 7 de junio de 2012


Desigualdad
El incierto destino ya no quiero ver,
Para que revelar a mis ojos la sed del mundo;
Son los pasos indiferentes del poder,
De los que se reparten tu aliento.

El hambre que duele, ya no quiero ver,
Miro sobre sus encorvadas espaldas cargar
El pan que arrancan del polvo y la tormenta
Y tan insuficiente que al repartir, ¡es nada!

El llanto que quebranta el alma, ya no quiero ver,
Sé que son las lágrimas del estómago del niño;
De los esfuerzos que tienen poco precio al vender,
Cuando la avaricia come carne con el mejor vino.

Quiero cerrar mis ojos, puertas del dolor,
Pues mis brazos son inútiles ante el hambre;
Golpear el rostro de la avaricia, con furia quiero 
Y que al derramar su sangre, nos de igualdad.


DESIGUALDAD SOCIAL
En el mundo de extensa periferia,
se perciben ruindades y destrozos,
con la anuencia de aquellos poderosos
que permiten el hambre y la miseria.

Y se siente ese mal en cada arteria,
porque viene de fieros y alevosos
gobernantes, que alientan presurosos
los despojos sangrientos y la histeria.

La igualdad de los seres es precaria
y seguimos atados a cadenas 
del imperio de garra temeraria.

Ojalá que esas tétricas escenas,
que nos muestran las lágrimas del paria,
se terminen y existan cosas buenas.

Dulce Justo Morales

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