La desigualdad y la
exclusión de la mano del olvido
Por: Verónica Solís
González
Al
transcurso de mi caminar por el imaginario de vivir he aprendido a reconocerme
y sé que pertenezco a una memoria individual que ha sido trastocada por mi
memoria colectiva. A lo largo de mi historia he recorrido caminos de emoción,
ilusión, solidaridad, coraje, rabia, indignación, envidia y sonrisas que se han
cobijado en días de alegría y de dolor; quizá no tenga las grandes bases para
definir “desigualdad”, pero lo que sí puedo hacer es colorear mi vaivén en esta
memoria compartida, donde la educación pública se vuelve excluyente, donde la
salud cura a unos cuantos que ven vivir a miles de agonizantes, donde una
canasta básica de alimentos sólo satisface el hambre con refrescos y gansitos,
donde las viviendas son un cobijo sólo del imaginario, donde el trabajo es bien
pagado por una explotación inquisitiva, donde el Estado y sus gobernantes
prometen año con año tiempos de azúcar, donde la violencia día tras día nos
alcanza más, donde la vestimenta cubre más al ego que al cuerpo, donde el
indígena lucha todos los días por conservar su pasado, donde las mujeres y
hombres son dicotomías en vez de realidades, donde nuestros niños y jóvenes
sólo se les construye el futuro para olvidar su presente, donde los
sentimientos y valores son un imaginario que es imposible de esta realidad,
donde nuestra naturaleza sólo respira aires de una industrialización competitiva,
donde nuestra lucha y esperanza son una falacia y donde mi historia personal sólo
sabe reconocer a estos escenarios para nombrar una desigualdad que tiene
rostros y tiempos.
Mientras sigo llenando líneas con
mis recuerdos, hoy hare de cuenta que estoy en un confesionario y de la misma forma
que he revelado algunos escenarios de mi historia; intentare hacer lo mismo con
mi memoria colectiva y entonces diré que me acuso de haber olvidado días
significativos para mi patria, de haber
olvidado mi historia, de haber olvidado gritar ante una injusticia, de haber
olvidado mi historia, de haber olvidado mi voz de mujer, de haber olvidado a
los otros iguales y diferentes a mí, de haber olvidado gritar en momentos de
indignación y rabia, de haberme olvidado a mí misma, pero sobre todo de haber
olvidado mis derechos; porque hoy sin ellos no puedo gritar ni reconocer la
desigualdad y saber que mi historia colectiva son una libertad que deberíamos
compartir todos sin importar el color, el género, la religión, la edad y la
condición social y quizá entonces encontrar un igualdad para una inmensa diversidad.
Compañeros también me gustaría
compartir con ustedes un poema de Eduardo Galeano, porque aunque sabemos que
vivimos tiempos de desigualdad y exclusión, también debemos saber que hay otros
y otras que buscan alternativas para estos tiempos de vivir. Léanlo ya que este
poema es un claro ejemplo de otra vivia y reclamo de vivir.
El
mundo
Un
hombre del pueblo de Neguá en la
Costa
de Colombia, pudo subir al alto
Cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había
Contemplado,
desde allá arriba, la vida
Humana.
Y dijo que somos un mar de
Fueguitos.
“El
mundo es eso reveló. Un montón
De
gente, un mar de fueguitos.”
Cada
persona brilla con luz propia entre
Todas
las demás. No hay dos fuegos
Iguales.
Hay fuegos grandes y fuegos
Chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay
gente de fuego sereno, que ni se
Entera
del viento y gente de fuego loco,
Que
llena el aire de chispas. Algunos
Fuegos,
fuegos, bobos, no alumbran ni
Queman;
pero otros arden la vida con
Tantas
ganas que no se puede mirarlos
Sin
parpadear, y quien se acerca, se
Enciende.
Eduardo
Galeano, El libro de los abrazos
Me gusta mucho este poema de Galeano, hay que reconocernos como uno de esos fuegitos para saber cual somos y cual es nuestra función, para así armar un gran fuego que incedie la conciencias de quienes no quieren compartir de si y también para iluminar el camino de los muchos y muchas que recorren montañas, mares, calles con su fuego en busca de encotrar a los otros que son el para compartir de ese fuego. Arge
ResponderEliminarLa desigualdad la creo la propia sociedad por sus prejuicios; bien sabido es que todo hombre es diferente a otro, cada uno es o se especializa en algo, las culturas son tan variadas, los colores de piel, las lenguas que son un patrimonio van desapareciendo y en vez de apreciar estas virtudes de los demás, lo que hacemos es en algunos alagar y encender mas el ego y en otros apagar la pequeña chispa que de ellos se desprende.
ResponderEliminarCreo yo que no somos nadie para juzgar a las personas mucho menos de etiquetarlos, despreciarlos, marginarlos. La sociedad estigmatiza..
Anahí Méndez Hernández.
ResponderEliminarMe gusto mucho el titulo que decidiste poner, por otra parte tu reflexión se me hizo muy buena, me encato que hayas dicho que tal vez no tienes las grandes bases para definir desigualdad, sin embargo explicaste lo que para ti significa la desigualdad con algo que se vive y que se ve diariamente, talvez no mencionaste una definición academica sobre la desigualda, pero almenos ami me quedo claro lo que plasmaste.
Esta reflexión que nos otorga Vero, me hiso recordar algunas cosa por las que uno a pasado sin que uno lo pueda evitar, así como son ser de los excluidos en un examen para el ingreso a una escuela del nivel medio superior y superior. Estar enfermo y sacrificar las pocas pertenencias de uno para poder “comprar” la salud.
ResponderEliminarLa forma en como planteas lo que es para ti la desigualdad se me hace una cuestión den donde me vero muy bien reflejada por que en momentos se me a olvidado que soy una mujer con derechos y se a dejado oprimir.
Las diferencias que tú nos planteas sabemos que existe y no único que podemos hacer es no dejar que el género, religión, color de piel, las raíces étnicas creen más discriminaciones, desigualdad y sobretodo la exclusión entre los hombres y las mujeres.
Verónica tu reflexión es muy buena.
Perla Arroyo