Evitaré referirme a la caducidad del amor y a la infidelidad para no sembrar en tu corazón temores. Así que abordaré en las cartas por venir otras cuestiones. Me inquietan por ejemplo la injusticia, la desigualdad, la paternidad, los niños, el sentido de la vida.

Escritos con borrones por efectos del sueño y del cansancio he encontrado en mi desorden estos temas. Hoy he resuelto corregir y terminar éste, que estará mañana entre tus manos.

La Tierra fue de todos antes que la ambición de la humanidad la repartiera. El hombre llegó a un mundo que no tenía escrituras. Todo o nada perteneció por igual a todos los humanos. ¿Cómo pueden existir hoy tan hondas diferencias?

Heredó Dios al hombre toda su creación, sin discriminación ni privilegios. Y lo hizo libre. Pero la libertad desbordó su ambición y arruinó su sentido de justicia.

La igualdad del hombre, será siempre un ideal inalcanzable. Siempre la arrasa el poder, la fuerza o la violencia. Las mismas instituciones que crea el hombre bajo el pretexto de una razonable convivencia.

No más, mira al Estado, con el débil autoritario y déspota. Ajeno a sus necesidades. Insensible a su pobreza. Estado que pierde su razón de ser cuando olvida su función social, cuando es incapaz de velar por todos los derechos.

O mira el trabajo y sus iniquidades. Desigual por la remuneración, las cargas o los privilegios. Una esclavitud a la que se somete el hombre so pena de vivir en la indigencia.


Luis Maria Murillo Sarmiento (Carta XCV de la novela epistolar "Cartas a una amante")